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Mujeres directivas y reducción de jornada (o como convertirte en un ser invisible).

Antonio Angel Pérez Ballester. Socio-Director de Influye Desarrollo y Coaching

Publicado por vmiralles
viernes, 12 de febrero de 2010 a las 00:00

Ana trabajaba en una multinacional española de distribución y con ella más de 500 mujeres en la central, el 60% en puestos de responsabilidad. La costumbre era no hacer distinciones entre mujeres y hombres; por lo tanto, cuando una mujer decidía quedarse embarazada, nada debía cambiar, todo debía seguir como antes. Su disponibilidad y presentismo debía ser igual al de los hombres. El horario como en muchas empresas españolas era inexistente; se comía en 45 minutos en las propias instalaciones, y salir antes de las 20 horas no estaba bien visto. En su embarazo, las mujeres aguantaban hasta el final pata tomar su baja (alguna salió con contracciones camino del hospital después de una reunión) y una vez tomada nunca superaba -salvo graves complicaciones- un mes. Al segundo, se incorporaban y mantenían el mismo ritmo que en su situación anterior. Ana, directiva con diez años de servicio y casada con un compañero de otra área, decidió con 33 años ser madre. De ella dependía una línea de diseño básica en la compañía que producía al año varios millones de unidades. Hasta ese momento era una persona respetada por todos y querida (se suponía) por el dueño de la empresa; ganaba un sueldo considerable, le gustaba su trabajo, disfrutaba con él y la sangre de la marca corría por sus venas. Ana preparó concienzudamente su ausencia, formó y delegó en las personas de su equipo y tomó su baja completa. Cuando volvió no solicitó reducción de jornada (ni por su cabeza pasó), simplemente se limitó a trabajar ocho horas, para poder al menos, llegar a tiempo de estar con su hija un par de horas antes de acostarla, pensó que nada cambiaría y que el dueño lo comprendería, pues seguía viajando cuando era preciso y su creatividad y responsabilidad eran las mismas. Se equivocó. Se volvió invisible para -hasta ese momento- Jefe inmediato. Se acabaron los ratos de compartir, de bromas, de hacer planes de futuro, de complicidad, de sentirse valorada e importante en la organización. Nunca le dirigía la palabra, ni la llamaba para despachar. Si asistía a una reunión, jamás se dirigía a ella, asistiendo a situaciones humillantes como entrar en su departamento y preguntar por temas que dependían directamente de ella, dirigiéndose a sus compañeras sin mirarla a la cara. Su pasión por el trabajo mutó en calvario, dejar a su hija en la guardería todas las mañanas para tomar el camino de su amada empresa le producía dolor; comprobar como no la miraban igual y en el comedor pocas se atrevían a sentarse junto a ella, para no enemistarse con el Jefe, se convirtió en algo insoportable. La ansiedad le hizo descuidar su alimentación y pasar de una talla 36 a una 42, acudir al psicólogo y a dormir con la ayuda de tranquilizantes. Una tarde volviendo a casa en el coche se preguntó que hacía allí, qué sentido tenía su aportación; no comprendía nada, aunque todo resultaba evidente. Era otra empresa, otros compañeros, otro Jefe (¿o siempre fue así y no se había percatado?) En ningún momento ella pidió hablar con el dueño, ni éste la llamó para transmitirle lo que pensaba (que su “niña” la había traicionado, que no era ya de las suyas, que para ella, SU proyecto no era lo más importante, que estaba dando un mal ejemplo que podía contaminar a otras, que no esperaba eso de ella, pues ella, “era suya”). Habló con su marido y decidieron dar el paso. Pidió hablar con el Jefe, se mostró tranquila ante el nerviosismo del gran hombre, y le comunicó que dejaba la empresa, sin estridencias, con suave firmeza y sin reproches. El reputado empresario respiró aliviado, le dijo que ser madre era algo muy grande y difícilmente compatible con la responsabilidad en SU empresa y se ofreció a simular un despido para que cobrara su indemnización, cosa que ella aceptó. Su marido fue despedido tres meses después; se cambiaron de ciudad y desde entonces trabaja como freelance y disfruta de su niña. Cuatro años más tarde, otra compañera del mismo departamento de Ana, se atrevió a solicitar la primera reducción de jornada por maternidad; tras múltiples presiones y mensajes enviados a través de distintos canales sin resultado, le fue concedida. Todo esto ocurrió, ocurre, en una organización admirada y reputada, con su Memoria de Sostenibilidad, Código de Conducta y firmante del Global Compact de las Naciones Unidas.

En julio se publicó la tercera encuesta a mujeres directivas. La muestra es pequeña (350 mujeres pertenecientes a grandes empresas españolas, pymes y multinacionales). Teniendo en cuenta que solo las empresas receptivas ante el tema de la igualdad, se avienen a responder estas cuestiones, uno tiene derecho a pensar que el panorama es desolador. Todos los datos que ofrece son relevantes, pero centrándonos en el que nos ocupa, mi historia real, encaja: el 90,4% de las encuestadas declaran que solicitar una reducción de jornada podría perjudicar su promoción profesional. Mientras exista miedo por ejercer un derecho irrenunciable, no es que quede un largo camino por recorrer, es que no existe ánimo por iniciarlo, aunque tengamos un Ministerio de Igualdad y un Gobierno paritario.

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